Érase una vez seis sabios ciegos, que inclinados por el estudio del mundo y de las cosas que había en él, quisieron saber cómo era un elefante. Debido a que eran ciegos, estudiaban las cosas mediante el sentido del tacto y así fue el día que por fin alguien les llevó un elefante que para que pudieran estudiarlo.
El primero de ellos, al llegar junto al elefante chocó con su lateral. Lo percibió como algo muy ancho, alto y duro, ante lo cual, puso una escalera para subir a su lomo. Ante su experiencia concluyó:
– «El elefante es como una muralla».
El segundo se acercó y palpó el colmillo, ante lo que dijo:
– «Es agudo, redondo y liso. Evidentemente, el elefante es como una lanza».
El tercero en cambio, tocó la trompa y gritó:
– «¡El elefante es como una serpiente!»
El cuarto no se inmutó, así que extendió su mano hasta la pierna del animal:
– «Es muy claro que el elefante es como un tronco».
El quinto, que quiso comprobarlo, casualmente tocó la oreja, y dijo:
– «¡Basta tocarlo para darse cuenta de que es como un abanico!».
El último, que tocó la cola, dijo:
– «Todos ustedes están equivocados. Seguramente, lo más parecido al elefante, es una cuerda».
¿Quién tenía la razón? ¿Quién estaba equivocado?
De cierta manera, todos estaban en lo cierto, porque bajo determinada perspectiva, el elefante tiene todas las características dichas por los sabios ciegos. Pero al mismo tiempo, todos estarían equivocados, pues al aferrarse a su aislada y limitada perspectiva, resulta difícil notar que el elefante es más de lo que su experiencia en particular pudo mostrarles. Este relato, es una de las mejores formas de ilustrar que la percepción mediante la cual todo ser vivo conoce el mundo, es limitada, pues independientemente de que exista o no, una verdad absoluta, todos somos sabios ciegos, porque todos estamos limitados a asimilar las cosas mediante la limitada perspectiva que nuestros sentidos nos ofrecen.
Las circunstancias de nuestra vida nos colocan en determinados contextos, (o «partes del elefante»), que nos llevan a aprender que las cosas son, sirven o funcionan de determinada manera. Así es como transportamos nuestro mundo interior a todas las partes a donde vamos. Si tú le preguntas a un águila cómo es el mundo, te dirá que es amplio, mientras que un delfín te dirá que es húmedo, y si le preguntas a un caballo salvaje te dirá que en él se puede hacer todo lo que uno quiere, mientras que un animal de carga te dirá que el mundo es un lugar de esfuerzo e imposición. Si le preguntas a un mono de circo te dirá que está lleno de sonrisas de niños, y una hormiga te dirá que es infinito”.
Evidentemente, hay seres humanos que son caballos salvajes, otros son animales de carga, otros son hormigas, otros son águilas, etc.… Pero en especial, todos y cada uno de ellos están seguros de que para los demás el mundo es igual, debido a ello es que no conocemos otros mundos, porque sólo nos volvemos a encontrar a nosotros mismos, salvo cuando descubrimos la apertura, la curiosidad, la flexibilidad, la validación, la tolerancia y sobre todo, la aceptación. Sólo así podemos abrir nuestro corazón a la novedad, para poder conocer un nuevo yo, un nuevo mundo, y, por lo tanto, una nueva vida que valga la pena vivir.