A pesar del pasar de los años de meditación y práctica consciente, pensar seguirá siendo inherente a la existencia. Sin embargo, existe una diferencia entre este hecho y la dependencia que las personas desarrollan hacia sus mentes durante los desórdenes psicológicos que generan malestar.

Llámese trastorno o no, durante los padecimientos psicológicos del estado del ánimo no suele ser sencillo reconocer a los pensamientos como un aspecto auto limitante, y ya ni hablar del sentido que estos hacen dentro de aquellos problemas más profundamente ligados a la personalidad. Los pensamientos pueden ser sobre temas profundos como la existencia humana, sobre el amor, sobre el trabajo, o incluso sobre vanalidades, pero el pensamiento nunca deja de estar ahí, en lo cotidiano.

El problema con la excesiva dependencia y confianza hacia nuestros juicios es que, además de alimentar una lucha constante con el permanente flujo de las cosas que inevitablemente suceden en la vida, también nos puede llevar a ver a nuestra mente como un persistente ente astuto, ágil y egoísta que se roba nuestra felicidad y nuestra vida.

Al menos dentro de mis años de experiencia terapéutica, he podido identificar que la diferencia entre los pacientes que consiguen alguna mejoría terapéutica o un avance significativo en su vida y los que no, es el cambio de paradigma que tienen ante sus juicios, actitudes y reglas personales que supone dejar de intentar eliminar, controlar y/o subyugarse a los pensamientos, para en su lugar, aprender a reconocer y aceptar la naturaleza misma autónoma de la mente y los pensamientos. Es entonces cuando me suelen decir sobre su momento de malestar: “es que no lo había pensado de esa manera”.

Cabe aclarar que en ningún momento pensar es un obstáculo hacia el bienestar, de hecho, es una herramienta esencial para nuestra supervivencia y nuestro bienestar dentro del marco de la convivencia con los demás, del logro de lo que hacemos y entendemos, y del significado de valor que podemos darle a las cosas. Desafortunadamente, hemos llegado a valorar el pensamiento por encima de otras cosas importantes del ser.

Cuando más nos identificamos con nuestros pensamientos, es mucho más probable caer en la falacia narrativa de las historias de nuestra mente, desconectándonos de lo que existe en el contexto presente con los demás. Esto es en esencia, entregarle el sentido del “yo” y de todas las demás cosas con las que nos relacionamos, a nuestra mente.

¿Sobredimensionamos la confianza que podemos tener en nuestros pensamientos? Buda consideraba a la mente como un sexto sentido y no parecía darle al pensamiento mayor importancia a la vista o al oído. Entonces, aquello que pensamos es lo que podemos pensar como resultado de un conjunto de consecuencias de la vida, así como aquello que vemos es lo que podemos ver a partir de estar posicionados en algún punto del planeta. Esto quiere decir que nuestros ojos no son capaces de verlo todo, y que nuestros oídos no son capaces de escuchar todo lo que existe, o aún ni siquiera todas las frecuencias lejanas al alcance del oído humano. En términos del contexualismo funcional, diríamos que la mente se comporta, y se comporta como fruto y resultado de la historia que tuvo contexto, no como pauta de ser meramente “racional” por sí misma, como si la verdad intrascendente se encontrara dentro de nosotros ya dada por sí misma.

Tan sólo imaginemos lo que los humanos pensaban hace 50,000 años. Quizás pensaban algo así como “me pregunto quién irá a la cacería de mañana” o “los dioses quieren que me ponga barro rojo en la cara para que mis enemigos huyan”. Ahora nuestros pensamientos son acerca de la salud, de las noticias del mundo, de lo que ingerimos, de la muerte, de la familia, o del amor.

Aprender a dar lugar a los pensamientos como una herramienta periférica en nuestra vida, y no como nuestra realidad última esencial e imprescindible en ella, nos ayuda a despersonalizar este proceso psicológico, es decir, a darnos cuenta, de que no somos nuestros pensamientos y por lo tanto, de descubrir que podemos dejar de llevarnos por ellos. Los hechos no son buenos ni malas por sí mismos, antes de que la mente las convierta en tal, eres mucho más que tus pensamientos, y la vida te libera cuando le das a los pensamientos el lugar de lo que son: sólo pensamientos.