Sentir que somos valiosos, y por lo tanto, felices, es un aspecto fundamental para la felicidad de cada ser humano, así como una necesidad inherente en cada uno. Sin embargo, no nacemos sabiendo cómo se supone que podemos conseguir serlo, es algo que aprendemos a lo largo de los años, a pesar de que la verdad, nada está escrito en piedra. Un reconocido empresario puede decirte que para ser feliz y sentirse valioso, necesitas lograr el éxito social y económico. Una madre te dirá que asegurarse de criar personas saludables y felices, es su manera predilecta de ser feliz. Un payaso te dirá en cambio, que para sentirse valioso y ser feliz, hay que hacer reír a la gente. Un médico o un psicólogo te dirá que ayudar a los demás es una manera de sentirse valioso, y por lo tanto, feliz. Ya podemos ir tomando en cuenta que existen distintas maneras de sentirse valioso o ser feliz y que todos solemos preferir algunas maneras en particular.

Todos tenemos creencias acerca de cómo «se supone» que debemos ser felices.

Entre las muchas cosas que descubrimos de manera individual y a lo largo de nuestra vida, nos vamos formando una idea sobre «cómo ser feliz», y esta idea depende mucho del contexto donde nacemos y crecemos. Ya podrás adivinar cuál fue la idea que se formó el hijo de un empresario, o la que se formó el payaso de un circo.

El problema con esto, no solamente es que podemos tener creencias que en realidad no son nuestras, sino que además, somos rígidos con respecto a estas ideas. Vivimos creyendo que se supone que las cosas deben ser de cierta manera, y de lo contrario, de no ser así, no podremos ser felices. La idea que quiero compartirte, es que a pesar de que nuestro contexto tiene una tremenda influencia en ello, también podamos cambiarlo con la intención de que la felicidad, sea un asunto meramente personal. Para ello, es importante tener en cuenta algo que explico con frecuencia a mis pacientes: tienes un contrato contigo mismo, que se llama «cómo ser feliz«.

Imperativos y condiciones para nuestra propia felicidad

Todo contrato tiene un fin, por ejemplo, rentar una casa, tener un trabajo, etc… Como todo contrato, este tiene cláusulas que especifican la manera de cumplir su propósito (cómo ser feliz). Toda cláusula se presenta en forma de imperativo (en forma de condición, requisito, regla o presunción), y establece una situación (A), y una consecuencia (B), es decir:

«Si A, entonces B»

Por ejemplo, en un contrato cuyo fin es el arrendamiento de una vivienda:

«Si el inquilino no paga el monto de la renta de dos meses (A), entonces debe salir de ella (B)»

De la misma manera, las creencias, o cláusulas del contrato que todos tenemos con nosotros mismos («cómo ser valioso»), también tienen un formato de presunción – Si (A), entonces (B) -. Por ejemplo:

«Si no triunfo en mi carrera profesional (A), habré fracasado como persona (B)»

Y más aún, siempre podemos profundizar en las implicaciones, pues la mente se va lejos:

«Si soy un fracaso como persona (A), no seré valioso para nadie (B)»

«Si no soy valioso para nadie (A) es porque no valgo (B)»

«Si no soy valioso para los demás (A), tampoco lo puedo ser para mí»

«Si no soy valioso (A), no seré feliz (B)»

Sería imposible resumir los miles de contratos que tan sólo una persona puede tener al respecto de su vida, sin embargo, en la experiencia como terapeuta es común encontrar cláusulas (creencias) muy comunes cuando las personas padecen ansiedad, depresión o problemas de pareja. La verdad, es que todos podemos llegar a tener algunas de estas creencias, y son muy diversos los factores internos y externos que pueden volver relevante a cualquiera de ellas. Sólo ten en cuenta, que no es en sí, la existencia de una creencia lo que la puede determinar o no, como un problema, sino la rigidez de ellas.

Estos son algunos ejemplos comunes:

  • «Debo ser amado y aprobado por quienes son significativos para mí».
  • «Debo tener el reconocimiento y la aprobación de los demás».
  • «Debo ser bueno y competente en algo/en lo que hago».
  • «Soy responsable de lo que le sucede a los demás».
  • «Los demás deben ser buenos conmigo».
  • «El mundo debe tratarme bien».
  • «La vida debería ser fácil».
  • «Cierta clase de gente vil y malvada debe ser castigada por su maldad».
  • «Es terrible que las cosas no sean como se supone que deben ser».
  • «Debe existir una solución precisa, correcta y perfecta para mis problemas humanos, de lo contrario, todo será terrible».

Evalúa las regalías de tu contrato

Las creencias son instrucciones, y dónde estás parado, habla de tus instrucciones.

El contrato con nosotros mismos, suele limitar cómo nos permitimos actuar, cómo nos permitimos pensar, y cómo nos permitimos sentir. En terapia, suelo usar el siguiente ejemplo: imagina que el piso de la habitación donde estás es lava, y tu misión es salir de ella. Piensa en todo lo que tendrías que hacer para salir de ella sin tocar el piso. Algo que en realidad, puede ser tan sencillo como levantarte de tu silla y caminar, puede terminar siendo una travesía casi imposible. Las creencias, se convierten en un problema cuando clínicamente, limitan las posibles maneras saludables de actuar o bien, autocumplen nuestras profecías negativas.

Cuando una persona cree firmemente que no podrá ser feliz si no logra el éxito laboral, literalmente, no puede serlo por ninguna otra cosa en su vida. Cuando una persona realmente cree que es incapaz, busca a otra persona resolver un problema, por lo que literalmente, nunca aprende a resolver sus problemas (debido a que son otros los que lo hacen). La consecuencia es seguir pensando que es incapaz, y depender de los otros. En este caso en particular, diríamos que se ha auto cumplido una profecía (puedes revisar la nota sobre la profecía autocumplida).

Como ya habrás podio darte cuenta, el contrato que tenemos con nosotros mismos puede limitar nuestro actuar, o bien, ayudarnos a conseguir el éxito. Cuando un contrato es rentable, cumple su propósito. Es decir, cuando una persona se siente valiosa y/o es feliz, el contrato que tiene consigo misma, es flexible. Cuando no es así, vale la pena proponer «reestructurar» y/o «flexibilizar» dicho contrato. No se trata de que «estés pensando mal». Se trata, de que nuestras creencias limitan nuestra perspectiva y por lo tanto, nuestras conductas (como ser feliz).

Cambiar tus cláusulas es un medio, no un fin.

Es un error pensar que las creencias por sí mismas, son el verdadero problema. La realidad es que las personas viven problemas reales más allá de sus creencias, que verdaderamente le impiden a una persona estar bien consigo mismo. Por ello, no toda la terapia se basa en la modificación de creencias, en realidad, la terapia cognitivo-conductual basada en procesos y las terapias contextuales, se apoyan de estrategias de atención a la experiencia, de flexibilidad cognitiva, de entrenamientos en resolución de problemas, comunicación, reglas de incremento y decremento de conductas saludables, etc…

La realidad es que cambiar o flexibilizar las cláusulas del contrato, es un medio y recurso para lograr tomar acciones. Por ejemplo: mientras una persona se mantenga creyendo firmemente que los demás son malvados, va a permanecer encontrando el problema en los demás, y no ninguna posibilidad de solución en sí misma. Al reestructurar y flexibilizar creencias, no se busca desaparecerlas, sino tomar una «distancia saludable» de las creencias y los pensamientos derivados de ellas, que nos permitan llevar a cabo acciones saludables sin que nublen nuestra dirección.